En una exuberante cordillera al norte de la ciudad de Belén, se hallaba un joven pastor cito con su pequeño rebaño de ovejas pastando al pie de una inmensa montaña llena de matorrales y riscos, donde los pajarillos revoloteaban alrededor de un frondoso árbol trinando una hermosa melodía y los rayos bondadosos del sol caían sobre la majestuosa serranía.
En el transcurrir monótono de las horas del día, notó como éste ya languidecía y la oscuridad de la noche se apoderaba de la vasta serranía y el resplandor de las estrellas cubrían el cielo con un lienzo de tenue luz.
Pero fue tal el espectáculo que cegaron sus ojos, que por instantes lo sumergieron en las tinieblas de la ceguera, al aparecerse en el imponente cielo una estrella de extraordinaria belleza, que con su deslumbrante luz opaca a las demás estrellas y su fulgor bañaba a la pequeña ciudad de Belén, específicamente en el humilde pesebre donde ha de nacer el hijo de Dios.
Y recordó como su padre lo sentaba en sus piernas y le contaba la hermosa historia de la venida del niño Jesús anunciada por los sabios profetas. Para liberar al pueblo judío de la opresión del imperio romano.
Pero lo que no sabía el pastor cito era que aquel bondadoso niño lleno de ternura y amor que acaba de nacer, sería el salvador del mundo, que moriría por nosotros para el perdón de nuestros pecados y gozar de vida eterna.
Publicado en La Noticia, viernes 24 de Diciembre de 1.993.
Publicado en La Noticia, viernes 24 de Diciembre de 1.993.