El viejo decrépito caminaba lentamente por la vereda de tierra caliza, encorvado por el peso de los años, los cargos de conciencia y los remordimientos que corroen su alma, las enfermedades y los achaques de la edad; su salud se deterioraba producto de los excesos de su juventud: alcohol, trasnochos, mala vida. Era un jugador empedernido, un noctambulo, añoraba sus años mozo de una vida inútil y estéril.
Se jactaba del número de hijos que de manera irresponsable había procreado, seduciendo con mentiras y falsas promesas de matrimonio a mujeres incautas, que engañadas con villas y castillos salían embarazadas, para ser abandonadas por este ser repugnante y vil, que nunca velo por sus hijos ni les brindo lo mínimo indispensable como educación, salud, vivienda, alimentación y protección como autoridad paterna ante los peligros de la vida, drogas, prostitución, alcoholismo, homosexualidad, delincuencia. Estos hijos traídos al mundo y criados por una madre soltera, carecían de una imagen paterna como modelo de conducta a seguir, preñados de principios éticos y morales, de honestidad, honorabilidad, fraternidad y solidaridad; que tanta falta hace en este mundo actual lleno de iniquidad e injusticias.
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