En un lejano país vivía un labrador muy pobre, que tenía una hermosa hija llamada Cristina. En una ocasión tuvo la oportunidad de hablar con el Rey, que paseaba en su carruaje real por los campos de su vasto reino
(para un humilde labrador era un gran privilegio y placer poder conversar con su majestad) y para no ser menos le dijo:
Tengo una hija capaz de convertir el más insignificante trozo de carbón en diamante puro.
Si es cierto su poder contesto el rey traérmela mañana al palacio, pues quiero comprobar si lo que dices es real.
El desdichado labrador quedó aterrorizado por haber mentido de esa manera a su soberano y no tuvo palabras para replicar. Solo tenía la seguridad de que jamás su hija sería capaz de llevar a cabo tan absurda empresa y entonces el monarca desengañado, le haría dar muerte. Pero ya era demasiado tarde y no tenía otra alternativa sino cumplir la orden que le fue dada.
A la mañana siguiente llevo a su hija a palacio. El rey la esperaba e inmediata mente la condujo a unas habitaciones repletas hasta el techo de trozos de carbón.
Entonces, le dijo:
¡Ya puedes comenzar a trabajar ! y cuando termines de convertir en diamante todo este carbón, podrás casarte conmigo, de lo contrario ya puedes prepararte a morir en la ahorca.Tras lo cual se marchó de la habitación. La infeliz joven quedo desconsolada, presa del pánico y el terror e irrumpió en llanto, pero de pronto se abrió la puerta y entro un duendecillo rojo de larga barba blanca y dirigiéndose a ella le dijo.
Cristina, yo puedo ayudarte.
¿ Quién eres tú ? Tú estás sola y desamparada y sólo yo puedo ayudarte, pero como soy buen negociante, necesito pedirte algo a cambio,
Pídeme lo qué quieras, con tal de salvar mi vida, daría cualquier cosa.
Solo pido que me des la mitad de tu reino, porque aunque soy muy poderoso, no tengo magia suficiente para poseer mi propio imperio, y gracias a ti podría realizar el sueño de mi vida, que es fundar la ciudad de los duendes, donde reine la paz, el amor, la fraternidad, la solidaridad entre los hombres y eliminar por completo la maldad, el odio, el egoísmo, la envidia que tanto impera en el mundo actual.
Cristina sonrió feliz, pues el precio que pedía el duendecillo era razonable. Al día siguiente cuando el rey vio las habitaciones completa mente llenas de preciosos diamantes, cumplió lo que había prometido y se caso con ella. Y fueron muy felices.
Ya Cristina era reina y ahora le tocaba cumplir la promesa que un día le hiciera al duendecillo y así poder realizar su hermoso sueño.
Publicado en La Noticia, 29 de Octubre de 1.993.
Publicado en La Noticia, 29 de Octubre de 1.993.
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