En un retirado bosque de exuberante belleza, poblado de hermosos y frondosos árboles, donde los pájaros revoloteaban alegremente, las flores saturaban el aire de perfumes embriagadores, la brisa acariciaba suavemente el espeso follaje verde oscuro y los rayos bondadosos del sol le daban un toque acogedor.
Este maravilloso edén pertenecía al Rey Balzac, quién tenía por hija a una encantadora y linda princesa, pero con el gravísimo defecto de detestar el trabajo. Aunque ella no necesitaba trabajar, pues lo poseía todo; riqueza, poder, prestigio. Se pasaba largas horas sin hacer nada de provecho, cosa que disgustaba a su padre, ya que éste era de la convicción que la ociosidad es madre de todos los vicios.
Un día, irritado el Rey al no poder lograr que su hija realiza ce alguna tarea le dijo como castigo a tu falta de hacendosidad, te daré en matrimonio al primer pordiosero que llegue a palacio, así tendrás la obligación de ganarte el pan con el sudor de tu frente.
A la semana siguiente, se presentó a palacio un mendigo a pedir alimento y albergue. Entonces el rey vio la oportunidad de llevar a cabo la penitencia e hizo que éste se casara con la joven princesa.
Ya celebrada la boda. El mendigo le dijo a su esposa. Ya puedes olvidarte que fuiste princesa, ahora eres mi mujer y deberás hacer todo lo que os mande, pues me debes respeto y obediencia; estarás en la obligación de aceptar lo poco que pueda darte.
Inmediata mente salieron del palacio, atravesaron el ancho bosque y se dirigieron a una humilde choza, donde ambos se detuvieron.
-¿ En qué lugar estamos ? - Preguntó la princesa -
- En nuestro hogar - Contestó él-
- Esta será tu nueva morada. Con un poco de limpieza podrás cambiar su apariencia, toma la escoba y el balde con agua y jabón, barre y friega bien el piso; luego lava y plancha toda esta ropa, cuando hallas terminado enciendes el horno y preparas la comida.
- ¡ Anda ! Apúrate que hay mucho quehacer.
- Estas labores tuvo que realizarlas todos los días, al principio se le hizo difícil efectuarlas, pues ella no estaba acostumbrada a estos trajines.
- Al cabo de unos meses, ya se notaba en el rostro de la princesa las huellas del trabajo, su piel era áspera, sus manos estaban completa mente llenas de callos.
- Entonces el Rey al percatarse que su hija había aprendido la lección, hizo que regresara a palacio con su esposo y disfrutasen de sus riquezas.
Y así vivieron los tres largos años de felicidad.
Publicado en La Noticia, 03 de Noviembre de 1.993.
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