sábado, 16 de abril de 2011

LA EQUIVOCACIÓN

En medio de mi confusión, no quería creer lo que mis ojos veían; mi madre, mis hijos, mis hermanos, mi esposa, lloraban alrededor del ataúd que contenían mis restos mortales.
El padre oficializaba la misa y la furgoneta esperaba a las afueras de la funeraria, para iniciar el cortejo fúnebre, rumbo al cementerio para darme cristiana sepultura.
De pronto estaba ascendiendo por una inmensa escalera de caracol que me conducía a las puertas del cielo, donde espera un venerable anciano de cabellos largos hasta los hombros, barba blanca y de una vitalidad increíble, se desplazaba con tal agilidad que parecía un joven de veinte años.
- Con voz firme y suave pregunta. ¿ Qué haces aquí ? -
- Eso mismo pregunto yo. De repente estoy presente en mi propio funeral y todavía no conozco las causas de mi muerte.
- ¡ Ojalá no sea lo que estoy pensando ! - Responde el anciano.-
- Da me ver si apareces en la lista de los difuntos. -
- ¿ Cómo te llamas tú ? -
- Oswaldo Quiñones. -
- Por la Q, Quiñones Oswaldo, Quiñones Oswaldo. -
- ¡ No ! no apareces aquí en la lista. -
- ¡ No habrá alguna equivocación ! -
- No, no. Seguro que allá en la Tierra guardabas los diez mandamientos de la ley de Dios. -
- Si, si. Yo era muy bueno, socorría a los necesitados, a los enfermos y respetaba los mandamientos. - Pues, aquí no apareces.  Anda ver al infierno, a lo mejor estás ubicado allí. -
- ¡ Por dónde llego ? -
- Ves esa puerta que está allí. Bueno por allá te vas y hablas con Lucifer haber que te dice. -
Atraviesa la puerta y ya siente como las llamas de infierno sofocan su cuerpo, a medida que desciende el calor se hace insoportable.
Los gritos y suplicios de las almas en pena se hacían más intensas, a pocos metros se veían la silueta grotesca de Lucifer moviendo su enorme rabo a medida que batía una gigantesca paila llena de azufre donde se encontraba miles de almas condenadas al fuego eterno.
- ¡ E y tú para dónde vas !  ¡ Qué haces aquí ? -
- San Pedro me mando para acá, haber si aparecía en nómina. -
- Haber, aquí no apareces, creo que aquí hay una equivocación, pregúntale de nuevo a San Pedro. -
- ¿ Y qué es lo que pasa San Pedro ? No aparezco ni en el cielo ni en el infierno. -
- Mi hermano aquí hubo un error, a usted no le tocaba morir hoy. -
- ¡ Y entonces, como hacemos ! -
- Bueno, vamos a regresarte a la Tierra, pero en forma de animal. -
- ¿ Cómo que de animal ? -
- Claro que si, tu cuerpo debe estar en tal grado de putrefacción que ya no debe servirte para nada. Además, tú en la Tierra estás legalmente muerto y no te puedes levantar en pleno entierro.
- Bueno, que voy hacer pues, pero si tengo opción de escoger en que animal. -
- Vamos a ver. -
- En burro. -

- ¡ No !  Ya veo tus intenciones, te enviaremos en forma de gallina. -
- ¡ Cómo que de gallina ! Chico. No señor, yo soy un hombre a mí se me respeta como tal. - Aquí las almas no tienen sexo. Haber tú como te las arreglas. -
¡ Que buena broma me han echado! -
De repente me encuentro en un gallinero, escarbando, cacareando y picoteando. Los pollitos con su pío a mí alrededor. Un hombre alto, fornido, aspecto rudo entra en el gallinero y comienza a arrojar maíz. Las gallinas se aglomeran y enloquecen disputándose el sustento, formándose tremenda algarabía.
De pronto siente un peso sobre su cuerpo, se sacude y ve que un enorme gallo colorado intenta pisarlo, vuela hacía el techo, allí dura varios días sin comer, ni beber. Esta en un dilema si se queda arriba morirá de sed y de hambre, y si baja el gallo lo pasa por las armas.
Todos los días en la mañana el dueño del gallinero pasa a recoger los huevos, decepcionado al ver que no ha puesto el primero, procura en vano bajarlo con una escoba del techo, ya enfurecido y frustrado por sus intentos fallidos vocifera a los cuatro vientos. Maldita gallina no sirves para nada, montada todo el día y toda la noche en ese maldito techo, no pones ni un solo huevo, te degollaré y haré un buen sancocho haber si sirves para algo.
Una mañana en un momento de descuido, Joaquín le agarra fuertemente por el pescuezo y comienza a estrangularlo , asfixiándolo, le faltaba el aire, sentía sus manos que apretaban y apretaban, ya sofocado y sin fuerzas de su garganta se escapa un alarido; cuando de pronto estaba en su cama y vio como su mujer lo tomaba por los hombros en un intento desesperado para sacarlo de esa horrible pesadilla.

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