En el penal estaban recluidos unos novecientos presos que vivían en las condiciones más deplorables de hacinamiento y promiscuidad. La planta física fue diseñada para albergar a quinientas personas y ésta no daba abasto a la gran cantidad de reclusos, donde no existían los más mínimo requerimientos sanitarios para garantizar las más elementales condiciones de vida y mantener la dignidad del hombre y lograr así su regeneración, para hacerlos útiles a la sociedad. Estaba dividida en varias secciones dependiendo el delito cometido, de la gravedad del mismo y la peligrosidad del delincuente.
Pero las peticiones y protestas de los reclusos no eran oídas y no se hacia nada por mejorar esa situación, pues el penal era dirigido por un hombre sanguinario y brutal, de aspecto grotesco, figura rechoncha; que alardeaba a los cuatro vientos su fortaleza y rudeza, llevaba siempre consigo ceñida a la cintura una pistola calibre cuarenta y cinco, para intimidad a las personas y abusando de su autoridad.
Sometía sádicas torturas y salvajes castigos a los reclusos, los golpeaba ferozmente sin misericordia.
Un día cuando llovía a cántaros, las calles se anegaban y el agua irrumpía libremente en las casas sin poder contenerla, las personas chapaleaban y los automóviles navegaban por los caudalosos ríos que se formaban por las largas avenidas y autopistas.
Wilfredo alias el torturador así llamado por los presidiarios; se disponía a supervisar las instalaciones que habían sufrido daños por el fuerte aguacero.
Esa mañana hubo enfrentamiento armado entre los efectivos de la guardia y los detenidos, quienes se armaron con chuzos u otros objetos punzantes sometiendo a los oficiales y apoderándose del penal, tomando como rehén a Wilfredo para exigir sus demandas ante las autoridades competentes,
para un mejor nivel de vida y denunciar las crueldades y maltrato a que eran sometidos.
Aquel hombre rudo, fuerte, autoritario, temblaba de miedo, lloraba desesperada mente, sus lágrimas inundaban sus mejillas, gemía e imploraba a sus plagiarios, que le perdonarán la vida y no le hicieran ningún daño.
Aquella aureola de grandeza se había desvanecido, detrás de esa coraza se escondía un ser débil, cobarde que no le importaba arrastrarse y perder su dignidad con tal de salvar su vida.
Pero las peticiones y protestas de los reclusos no eran oídas y no se hacia nada por mejorar esa situación, pues el penal era dirigido por un hombre sanguinario y brutal, de aspecto grotesco, figura rechoncha; que alardeaba a los cuatro vientos su fortaleza y rudeza, llevaba siempre consigo ceñida a la cintura una pistola calibre cuarenta y cinco, para intimidad a las personas y abusando de su autoridad.
Sometía sádicas torturas y salvajes castigos a los reclusos, los golpeaba ferozmente sin misericordia.
Un día cuando llovía a cántaros, las calles se anegaban y el agua irrumpía libremente en las casas sin poder contenerla, las personas chapaleaban y los automóviles navegaban por los caudalosos ríos que se formaban por las largas avenidas y autopistas.
Wilfredo alias el torturador así llamado por los presidiarios; se disponía a supervisar las instalaciones que habían sufrido daños por el fuerte aguacero.
Esa mañana hubo enfrentamiento armado entre los efectivos de la guardia y los detenidos, quienes se armaron con chuzos u otros objetos punzantes sometiendo a los oficiales y apoderándose del penal, tomando como rehén a Wilfredo para exigir sus demandas ante las autoridades competentes,
para un mejor nivel de vida y denunciar las crueldades y maltrato a que eran sometidos.
Aquel hombre rudo, fuerte, autoritario, temblaba de miedo, lloraba desesperada mente, sus lágrimas inundaban sus mejillas, gemía e imploraba a sus plagiarios, que le perdonarán la vida y no le hicieran ningún daño.
Aquella aureola de grandeza se había desvanecido, detrás de esa coraza se escondía un ser débil, cobarde que no le importaba arrastrarse y perder su dignidad con tal de salvar su vida.