Afuera en las primeras horas del día a pleno sol; se ven grupos de hombres, hablando, charlando, conversando. No pasan de unos siete en número de cinco; dispersos en el patio de cemento, unos en cuclillas otros de pie. Dos guardias metra lleta en mano custodiaban la puerta de salida so pena de muerte para quién la atraviese. A ellos se une doce individuos provenientes del internado judicial de la capital, hombres corpulentos, rudos, toscos, de piel áspera y oscura, manos sucias y callosas. Ambos bandos se repliegan en actitud como de agresión. Dan las doce y uno de los guardias indica la hora del almuerzo.
El ronroneo de la muchedumbre que retumbaba el reducido comedor del penal; en donde los reclusos se aglomeraban bandeja en mano propinando se puños y empellones tratando de penetrar en la fila de personas apoyadas al mostrador de la pequeña ventana que daba a la cocina. En medio del alboroto un hombre ( de pantalón blue jeans, camisa a cuadros manga corta ) se lleva la mano a la cintura, sacando a la vista de todos un enorme chuzo de acero; el cual clava repetidas veces a la altura del pecho de su oponente; cayendo inerte sangrando a borbollones, para luego rematarlo en el suelo de una certera puñalada en el hoyuelo de la garganta. Enfureciendo a los que se encontraban ahí produciendose un sangriento enfrentamiento por el control interno del penal. Los guardias a peinillasos desplegaban a los presos mientras los cadáveres yacian en un charco de sangre.
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