jueves, 2 de diciembre de 2010

NECROFILIA

 
Yacía el cadáver en la mesa de disección, frío, inerte. Era una mujer joven de unos veinte años de edad, alta, cabellos negros largos hasta los hombros. Ojos azules con una mirada pérdida, su piel blanca azulada ya con un tinte cobrizo por los efectos de la descomposición, senos firmes y redondos adornados por carnosos pezones de un rosado intenso. Sus manos delgadas y cianóticas, las uñas en forma de vidrio de reloj. De vientre terso y robusto, anchas caderas, piernas bien torneadas y en medio de éstas su sexo tapízada por un aterciopelado vello pubiano.
Había muerto de una afección cardíaca tras largos años de convalecencia.
La morgue estaba recargada por una espesa neblina de formol, que irritaba los ojos, casi era imposible respirar aún con mascarilla.
En el recinto entraba un hombre de mediana estatura, encorvado, caquéxico, cabellos rubios, ojos desorbitados, barba rala, boca grande de donde pendía un hilillo de baba.
Veía con infinito agrado y deseo el cuerpo sin vida de la mujer, besando y acariciando sus pechos, manoseando y jugueteando con su vello genital, introduciendo sus dedos en el introito vaginal. Penetrándola, haciendo movimientos grotescos de vaivén, llegando al éxtasis total, emitiendo gemidos de placer, que llamó la atención de los empleados de la morgue, presenciando tan repugnante y desagradable espectáculo, observando como ese ser sin escrúpulos saciaba su sed de perversión.

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