Mefisto, era un hombre cruel y sanguinario, quién vestía con un traje oscuro, sombrero de ala ancha, largos bigotes negros que le cubrían los labios; de vocabulario obsceno y corazón de piedra; llevaba siempre consigo un largo fuete que golpeaba fuertemente contra sus muslos.
Vivía en una mansión al norte de la ciudad, de dos plantas y un hermoso jardín. A su vez era dueño de una finca de café,la cual explotaba y obtenía cuantiosas ganancias; alrededor se encontraba pequeños conucos cultivados por humildes labriegos, que trabajaban bajo su servicio y eran explotados vilmente; despojándolos de su cosecha, pagándoselas a un miserable precio.Además era el propietario del único abasto que se encontraba a cien kilómetros a la redonda; donde los obreros se veían obligados a comprar sus comestibles a costos elevados, dejándolos practica mente sin un centavo.
Vivía en una mansión al norte de la ciudad, de dos plantas y un hermoso jardín. A su vez era dueño de una finca de café,la cual explotaba y obtenía cuantiosas ganancias; alrededor se encontraba pequeños conucos cultivados por humildes labriegos, que trabajaban bajo su servicio y eran explotados vilmente; despojándolos de su cosecha, pagándoselas a un miserable precio.Además era el propietario del único abasto que se encontraba a cien kilómetros a la redonda; donde los obreros se veían obligados a comprar sus comestibles a costos elevados, dejándolos practica mente sin un centavo.
Era una persona muy soberbia y orgullosa, pasaba largas horas vana gloriando sus riquezas (trajes, joyas, dinero, etc), ingenio y poder; su vida transcurría en un ocio constante, sin hacer nada de importancia, pues era perezoso y poco diligente.
Despreciaba a Dios y a los hombres, miraba a los demás con arrogancia y desafío, esperando que éstos lo adularán.
Un día cuando se disponía a tomar el desayuno, uno de sus criados derramó accidental mente el café sobre sus ropas, empapándole el pantalón y las botas, fue tanta la ira e indignación que golpeó brutalmente al pobre infeliz, obligándolo a arrodillarse ante él, para que limpiara sus zapatos, con humillación y desprecio.
Esa noche, comió y bebió hasta la saciedad, con grosería y voracidad, engulliendo los más exquisitos y refinados manjares, bebiendo un excelente vino hasta llegar a la embriaguez total, perdiendo la razón, enloqueciendo, muriéndose de envidia y deseo de poseer la mujer de Manuel su capataz.
Salió apresuradamente de su casa, montando en un brioso alazán dirigiéndose a todo galope hacía los galpones, donde dormían sus peones; encontrando a Judit echada en su lecho, semi desnuda. Era una mujer morena de veintiún años, cabellos negros, recogidos delicada mente y sujetos por una trenza de color rojo, con unos ojos verdes, cutis terso y esbelta figura.
De una patada derriba la puerta y se abalanza sobre ella desgarrándole la dormilona y besándola salvaje mente, de pronto un certero machetazo corta su delgado cuello y su cabeza rueda por el suelo, tras de ella un río de sangre.
Despreciaba a Dios y a los hombres, miraba a los demás con arrogancia y desafío, esperando que éstos lo adularán.
Un día cuando se disponía a tomar el desayuno, uno de sus criados derramó accidental mente el café sobre sus ropas, empapándole el pantalón y las botas, fue tanta la ira e indignación que golpeó brutalmente al pobre infeliz, obligándolo a arrodillarse ante él, para que limpiara sus zapatos, con humillación y desprecio.
Esa noche, comió y bebió hasta la saciedad, con grosería y voracidad, engulliendo los más exquisitos y refinados manjares, bebiendo un excelente vino hasta llegar a la embriaguez total, perdiendo la razón, enloqueciendo, muriéndose de envidia y deseo de poseer la mujer de Manuel su capataz.
Salió apresuradamente de su casa, montando en un brioso alazán dirigiéndose a todo galope hacía los galpones, donde dormían sus peones; encontrando a Judit echada en su lecho, semi desnuda. Era una mujer morena de veintiún años, cabellos negros, recogidos delicada mente y sujetos por una trenza de color rojo, con unos ojos verdes, cutis terso y esbelta figura.
De una patada derriba la puerta y se abalanza sobre ella desgarrándole la dormilona y besándola salvaje mente, de pronto un certero machetazo corta su delgado cuello y su cabeza rueda por el suelo, tras de ella un río de sangre.
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