Filemón, era un hombre espigado, delgado y huesudo, algo avejentado por los años, cabellos grises, escasos y lisos, barba negra y abundante, aunque su edad oscilaba entre los 35 y 40 años, había envejecido prematuramente. vestía pantalones negros y guayabera blanca tirando ya amarillo, zapatos de goma roe idos por el tiempo; se le veía con frecuencia en la plaza Falcón; en los bolsillos no le faltaba unos cuantos cigarrillos y un cuarto de ron.
Hace años atrás era una persona feliz, vivía con su esposa y su pequeño hijo; tenía un empleo estable que le permitía vivir, no con lujo pero si decentemente. El alcohol y el juego lo destruyeron, apostando todo su dinero a los caballos, terminales, gallos,bolas criollas; frecuentan do garitos clandestinos provistos de ruletas, mesas de billar, participaba en partidas de dados, póker y bridge.
Todas las noches llegaba borracho, golpeando y maltratando a su mujer e hijo, insultándolos y vejándolos. La vida al lado de él era insoportable y decidierón abandonarlo.
Había perdido su trabajo por haber cometido un desfalco en la compañía donde trabajaba, obligado a cometer ese delito por deudas de juego. El dinero fue repuesto con sus prestaciones sociales y no paro a la cárcel, porque el dueño de la empresa era su compadre y conocía a su esposa e hijo, y no hacerlos pasar una vergüenza.
Quedo en la calle deambulando, se dedico a vender terminales, no le iba tan mal, pero todo el dinero ganado lo apostaba y perdía, en muchas oportunidades fue puesto preso por terminal ero. Los miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo remataba a los caballos e igual que los terminales apostaba y perdía.
Ya ni se preocupaba por su persona, no se aseaba, las ropas sucias y harapientas, los ojos y la piel ya con un tinte ictérico, su vaho era insoportable, su aspecto era desagradable. Las noches transcurrían frías, era presa de la soledad, dormía en cualquier sitio de la ciudad.
Un día amaneció muerto en una calle de Santa Ana de Coro, solo y abandonado, sin un amigo, ni nadie que en los últimos momentos de su vida, lo hubiese visto expirar su último aliento.
Había perdido su trabajo por haber cometido un desfalco en la compañía donde trabajaba, obligado a cometer ese delito por deudas de juego. El dinero fue repuesto con sus prestaciones sociales y no paro a la cárcel, porque el dueño de la empresa era su compadre y conocía a su esposa e hijo, y no hacerlos pasar una vergüenza.
Quedo en la calle deambulando, se dedico a vender terminales, no le iba tan mal, pero todo el dinero ganado lo apostaba y perdía, en muchas oportunidades fue puesto preso por terminal ero. Los miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo remataba a los caballos e igual que los terminales apostaba y perdía.
Ya ni se preocupaba por su persona, no se aseaba, las ropas sucias y harapientas, los ojos y la piel ya con un tinte ictérico, su vaho era insoportable, su aspecto era desagradable. Las noches transcurrían frías, era presa de la soledad, dormía en cualquier sitio de la ciudad.
Un día amaneció muerto en una calle de Santa Ana de Coro, solo y abandonado, sin un amigo, ni nadie que en los últimos momentos de su vida, lo hubiese visto expirar su último aliento.
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